Saturday, October 10, 2009

Hace tiempo que el único que escribe en Lost in London soy yo. Así que he decidido dejar de hacerlo yo también.

He creado un nuevo Blog: sinceramente, lo desconozco (http://sinceramentelodesconozco.blogspot.com/), para hablar de todas aquellas cosas de las que hablaba en Lost in London.

Creo que esta de hoy será la última entrada de este Blog.

Ha sido un placer.

Wednesday, September 23, 2009

El lado malo de la experiencia es que le quita mucho mito a las cosas. Si cuando eres un niño todo se asombra, todo te encanta y todo te atrae, cuando eres mayor o te has adaptado a vivir tranquilamente o te aburres.

Enamorarse, viajar, conocer gente nueva, salir… Todo acaba perdiendo su lado místico. ¿Quién puede seguir pensando que existe una sola persona en el mundo después de haber tenido dos parejas?

Me fastidia tener que admitirlo, pero los adultos que me decían que "con el tiempo…" esto o lo otro, tenían razón. Y no hay que ser un filósofo para saber eso. Ni si quiera hay que plantearlo con calidad literaria. Las palabras sólo sirven para transmitir ideas, y la idea es la que es se exprese como se exprese.

Pero yo pensé que yo era diferente. Supongo que eso es la crisis de los treinta. O es MI crisis de los treinta. He llegado en muchos aspectos a ese "ser de mayor" y me he dado cuenta de que vivo lo mismo que me advirtieron. Y lo peor de todo es que no me afecta de la forma en que yo temía que me afectaría cuando pensaba qué pasaría si al final acababa viviendo de esa manera… Es peor, porque en lugar de causarme una crisis existencial, me causa una crisis de asepticismo (Word me dice que no existe esa palabra, pero la dejo de todas maneras). No es una coraza anti depresión, porque eso al menos intentaría repeler algo, es más bien una reacción de humor ácido (muy inglés, por cierto): eres como los demás.

No es que me sintiera especial en el sentido de mejor (o peor) que los demás. Es que me sentía ajeno. Un extranjero en el mundo. Y tenía la idea de que de la misma forma en que era tan foráneo en tantas cosas, también lo sería en la capacidad de sorprenderme y de entusiasmarme por el misterio. Pero no ha sido así.

Al contrario, me he llevado lo peor de dos mundos, porque me sigue sin interesar hacerme fotos con la cámara digital cuando salgo de copas y encima he perdido casi todo el romanticismo que llevaba conmigo.

Una vez fui al psicólogo. Como a muchas personas, para mí ir al psicólogo era una admisión de debilidad, de incapacidad. Y como soy un convencido de la auto-reparación, llegué a la psicóloga con la boina entre las manos y la mirada agachada.

También como a muchas personas, ir a ver a un psicólogo me transformó la visión que tenía sobre el tema y ahora, si no fuera tan caro, creo que iría todo el tiempo.

No se trata de que haya un problema concreto, no hay que estar deprimido o enfermo mentalmente para ir. En realidad, la vida está llena de situaciones que te hacen dudar y muchas veces esas dudas se apartan como incómodas, cuando en realidad habría que lidiar con ellas.

Una vez leí el libro ese de la filosofía-psicología ('Más Platón y menos Prozac'). Era un libro buenísimo, pero la receta no es válida para todo el mundo. No todo el mundo tiene problemas existenciales ni todo el mundo afronta las cosas de una forma tan metafísica. De hecho, lo que subyace a ese libro es: si vas al psicólogo es porque estás tremendamente distorsionado. Y en realidad la gente tendría que ir al psicólogo para hablar.

Otro argumento frecuentemente utilizado es: yo ya hablo con los amigos… Pero los amigos no tienen la distancia necesaria que tiene un psicólogo. No tienen voto de confidencialidad. No tienen el tiempo para estar escuchando siempre lo mismo sobre uno mismo. Por muy buen amigo que se tenga, el amigo va a ver las cosas con una perspectiva distorsionada por el afecto, el conocimiento y otras muchas circunstancias.

Un amigo me dijo que no fuera diciendo por ahí que había ido al psicólogo porque la gente se iba a hacer ideas sobre mí. Y yo pienso: ¿y a mí qué más me da?

Tuesday, September 08, 2009

Hace muchos años tuve una conversación con un señor mayor. Me acuerdo decirle (de una forma un poco cotorra repitiendo lo que había oído en la radio; el pasatiempo nacional) que la sociedad del futuro iba a tener que pensar en una forma de distribuir la riqueza teniendo en cuenta la falta de necesidad de que las personas trabajasen.

Este señor, que había trabajado toda su vida, se quedó bastante escandalizado por lo que estaba diciendo. Seguramente se pensó que estos jóvenes no quieren trabajar y quieren que les paguen por no hacer nada…

No era eso. De hecho, he tardado muchos años en entender lo que significaba ese mensaje. Para ello he tenido que vivir varias crisis económicas: terminar la de los ochenta allá por los noventa, la de Brasil, la de Asia, la de las Torres Gemelas, la de las .com y ahora el 'credit crunch'. Y he tenido que ser testigo de lo que tan preocupados tiene al Gobierno Británico: las generaciones perdidas.

Desde un punto de vista macroeconómico eso de la creación de nuevo empleo en nuevos sectores (como el tecnológico) suena muy bien. La estadística no engaña: X población empleada en Y nuevos trabajos igual a menos paro o más población activa. Pero eso pierde una parte del mensaje: A población empleada en B sector obsoleto, igual a paro de por vida.

Para los sindicatos, un poco lógicamente y otro poco parásitamente, la solución se les suele presentar como: sector cerrado, compensación vitalicia. De hecho, habrá muchos que hasta salgan contentos del "negocio": dejo de trabajar en algo que estaba acabando con mi salud y a cambio cobro un salario de por vida. Pero, nuevamente, eso es un remedio que parchea una necesidad mayor.

La necesidad mayor es la forma de distribuir la riqueza cuando la tendencia es hacia la reducción de mano de obra. Es verdad que cuando haya un nuevo proyecto tecnológico, habrá creación de empleo de una forma transitoria, pero ¿no es más bien una reducción en el número absoluto de trabajos necesarios?

Otra solución habitual ha sido combatir el desarrollo tecnológico para poder mantener los trabajos. Una respuesta rudimentaria, pero comprensible. Pero también va en la dirección contraria a la resolución de la necesidad mayor.

Hacia donde deben ir los esfuerzos, tal y como le comentaba a este señor, va hacia la creación de un sistema justo, sustitutivo del trabajo, por el cual se distribuya la riqueza que se genere.

El sistema habitual de esa distribución es el trabajo: alguien genera un beneficio del que participa por medio de su retribución. Pero qué ocurre cuando, en términos absolutos, existe un número de personas activas y un número mucho menor de trabajos disponibles.

El Gobierno de González (Felipe) dio una respuesta seguramente catastrófica para el mercado laboral: distribución del trabajo, temporalidad. Esto generaba tanta inestabilidad en el trabajador (consumidor) que la economía tardó mucho más en recuperarse que en resto de Europa.

Por eso, insisto, que no se trata de estirar las fórmulas antiguas, sino de buscar nuevas. Y seguramente el que la encuentre será el Premio Nobel de Economía de ese año…

Si repartes el trabajo disponible, y sigues haciendo depender la retribución de ese trabajo, entonces te cargas el fundamento de la economía de mercado, que es el consumo. Una persona sin estabilidad laboral no tiende a consumir o a invertir para generar empleo.

Por eso aventuro una idea que seguramente muchos economistas vean como una aberración. Teniendo en cuenta que las crisis económicas se van sucediendo con más frecuencia, y que seguramente denoten un agotamiento del modelo (no del modelo de libre mercado, sino de distribución y acceso a la riqueza), teniendo en cuenta que cada una de estas crisis obligan a buscar nuevos mercados ("desarrollando" nuevos países) y que está claro que ese desarrollo es incompatible con la supervivencia de vida no humana en el planeta, ¿no sería mejor garantizar un acceso mínimo a la riqueza a todo el mundo?

Acepto que suena solidariamente absurdo. Acepto incluso que así planteado, seguramente yo mismo lo encontraría de risa. Porque la primera pregunta que habría que resolver es: ¿quién generaría esa riqueza? Casi parecería que se está ofreciendo que los que trabajan para generar la riqueza estarían sosteniendo a los que no trabajan por el mero hecho de existir.

Soy consciente de eso. Pero es preciso tener en cuenta que eso mismo (que unos trabajan para sostener a otros que cobrar simplemente por existir) ya está sucediendo: pensiones no contributivas, compensaciones por enfermedad o invalidez o desempleo.

La diferencia de mi planteamiento con lo que sucede ahora mismo es que no se trata de que las personas se vean compensadas si tienen la desgracia – a veces la suerte – de estar en esos grupos que se establecen arbitrariamente por cada gobierno. No se trata de que se vea como 'gastos sociales' para unos y 'cargas sociales' para otros. Lo que se propone es que se parta de la base de que si todos los miembros de una sociedad tienen acceso a una cota de riqueza, entonces se está distribuyendo de una forma mucho más eficiente.

Otro argumento en contra de mi planteamiento sería: si una mayoría de personas que tienen acceso a la riqueza mínima por ser miembros de la sociedad deciden no participar (trabajar) en la producción de esa riqueza entonces se deja de generar la misma y se empieza a empobrecer la sociedad. Cierto. Sin embargo, hay países en los que los servicios sociales son mucho más amplios que en otros, y eso no motiva que la mayoría de la gente deje de trabajar. Existe esa circunstancia, pero no en la mayoría de la población. Por ejemplo, en Reino Unido una chica que se queda embarazada y está soltera tiene derecho a un piso y un salario. ¿Supone eso que todas las mujeres se quedan embarazas para vivir de ese beneficio social? No. En países, como Suecia, en donde se tiene acceso a una serie de prestaciones públicas por el hecho de ser ciudadano, no se desincentiva a la gente para trabajar. En Bélgica hay unas ayudas económicas a los estudiantes parados que podrían suponer que el estudiante nunca buscase trabajo. Y tampoco supone que los estudiantes no busquen trabajo.

En mi opinión el abuso es más propenso a existir cuando las posibilidades de acceder a algo son restringidas o arbitrarias. Si sólo tienes acceso a una compensación por desempleo durante un tiempo corto y cumpliendo una serie de condiciones, lo más probable es que se genere esa situación de forma artificial. Así, uno 'agotará el paro', o pedirá que le despidan para 'arreglar el paro', o pedirá una baja por enfermedad inexistente como una opción de cobrar la remuneración. Pero si todo el mundo tuviera acceso permanente y directo a la riqueza, no se daría tan frecuentemente esa situación de abuso.

Dicho lo anterior, ¿propongo que deje de existir el trabajo? No. Lo que entiendo es que el trabajo debe ser tomado como el pago de impuestos: lo que se hace para 'contribuir' a la riqueza de la sociedad.

Otro argumento en contra de mi planteamiento sería que lo que estoy sugiriendo ya está inventado y se llama comunismo, lo cual fracasó en su momento. No estoy de acuerdo (con lo primero, digo). Lo que propongo no es comunismo. Lo que estoy tratando es más bien un sistema social a la sueca, que es bastante igualitario. No es que el Estado tenga control de los medios de producción, sino que el Estado pueda poner a disposición de todos los ciudadanos una serie de servicios o productos suficiente como para garantizar una distribución de la riqueza mínima.

Como ni soy economista, ni tengo demasiada ida de nada, estoy seguro de que mi idea (en realidad no es mía, como decía al principio de la entrada) necesita mucho desarrollo. Y además, si me oyera Jiménez Losantos me diría que qué ha pasado conmigo…

Sunday, August 09, 2009

Hace tres días que hice tres años en Londres... Si lo uno a los veranos que pasé en Irlanda y el casi un año que pasé en Irlanda, he estado trabajando fuera de España mucho más tiempo del que he pasado allí.

No sólo eso, sino que alejarte de tu entorno por tanto tiempo te acaba convirtiendo en un extranjero.

Tengo la impresión de que estoy evolucionando hacia ese modelo "Valero" que llama Inés, por la cual te acabas convirtiendo en "mundo de yo" fuera del cual se mueve todo lo demás. Supongo que eso estaba en los genes, porque siempre he tenido la sensación de tener que lidiar con la soledad o, más bien, tener que lidiar conmigo mismo ya que íbamos a pasar mucho tiempo juntos…

Me sorprendo a mí mismo pensando que después de tanto tiempo fuera, no sólo no quiera volver más, sino menos. Y por eso también me siento un poco apátrida, en el sentido de persona sin lugar de procedencia.

Al contrario de lo que supuestamente le sucede a los adultos, yo no dejo de cambiar y evolucionar. Estoy constantemente cuestionando lo que pienso, lo que he creído, lo que acabo de decir. Y no me asusta llevarme la contraria, invalidar lo que antes decía.

Y es imposible seguir mi ritmo. Estar al día de lo que pienso.

Dice Meif que siempre he sido un teórico. Precisamente esa disposición teórica es la que me lleva a no poder aceptar de forma definitiva ninguna posición. Cuando alguien me hace daño, esa persona o sus motivos se vuelven un segundo plano en el análisis que llevo a cabo. No tienen ninguna importancia. Lo fundamental es por qué me ha dolido ese acto, por qué actúan así las personas.

Lo que me da más vértigo es que tres años es el principio del cambio.

Saturday, August 08, 2009

De una forma inexplicable, siempre he generado envidia en ciertas personas. Como me molesta tanto que alguien se meta en mi vida, y envidiarme es una forma de fiscalizarme, he analizado mucho el perfil de aquel que me tenía celos para poder anular su influencia negativa.

Es verdad que hay personas que buscan tanto la admiración de los demás que se sentirían secretamente encantados de que alguien les tuviese ese amor-odio que es la envidia. Yo no. A mí me gusta pasar desapercibido. Parece contradictorio decir que no quiero llamar la atención por un lado y hacer todo tipo de actividades que generan publicidad, pero es verdad. No quiero ser el más popular del insti. Yo sólo quiero presentar mi libro y que me dejen marcharme a casa.

Es como cuando Padraig Harrison, un golfista irlandés, dijo que él no podía ser tomado como una autoridad más que en temas de golf. Que él tenía opiniones sobre política, pero eso no significaba que fueran opiniones más ilustradas que las de cualquier otro ya que él era un experto en golf, no en política.

Yo sólo pretendo hacer mis cosas sin que nadie se sienta con el derecho, o el conocimiento, de intervenir en mi vida. Y la envidia es una forma insana de hacerlo.

Por ello, después de un tiempo intentando encontrar el factor común a todos aquellos que han sentido envidia de mi en un momento dado, he llegado a la conclusión de que es gente que, en primer lugar, se cree con más derecho que yo a tener lo que creen que yo tengo. Muchas veces se hubiera podido aceptar mi presencia en determinado sector, siempre y cuando el envidioso estuviera por encima. Pero que yo, según su perspectiva, haya llegado antes o esté por encima, eso es algo que no lo puede soportar. Así que comienza una labor de desprestigio tan antigua como "la zorra y las uvas" en la que lo que yo he hecho en realidad no vale para nada.

Otro factor común del envidioso es estar inseguro de sus propios logros. Y como se tiene miedo de que, comparada con los de los demás, la situación de uno mismo quede minusvalorada, pues entonces tiene la necesidad de huir de la exposición o, en caso de ser inevitable, de poner el esfuerzo en que los logros del otro no sean válidos. He visto muchas reacciones. Desde el que ha dejado de estar en mi vida de la noche a la mañana en el momento en que me empezaron a ir bien las cosas, hasta el que intenta argumentar que todo lo que hago no cuenta porque no recibo salario por ello. En el fondo subyace una aversión a la comparación entre la vida del envidioso y la mía que ni busco, ni entiendo, ni comparto. Primero, a mí me da igual lo que hagan los demás. Si alguien tiene la ambición vital de coserse el ano, y lo consigue, yo no voy a pensar que como a mí no me gustaría coserme el ano, entonces el que lo hace debería abstenerse de ello. Cada uno tiene sus herramientas y sus aspiraciones. Si uno quiere ser ganadero, pero se fuerza a hacerse abogado y eso le trae problemas de conciencia, no entiendo por qué me tiene que implicar en sus debates internos. En la vida cada uno toma sus elecciones. Es natural medirse en comparación con los demás, pero de ahí a tener envidia a los demás es neurótico.

Por último, el envidioso es una persona infeliz consigo misma. Tengo buenas amigas que están tan satisfechas con sus vidas que es imposible que envidien a nadie. Y eso lo demuestran alegrándose con las cosas de los demás; aunque sea que por fin han podido coserse el ano. Todo lo que se plantean es: "si eso es lo que quieres y lo que te hace feliz…". Admiro a esas personas que teniendo una vida radicalmente distinta de la mía son capaces de alegrarse sin más por la mía. El envidioso no aguanta que los demás empiecen a hacer cosas varias porque eso le altera la zona de seguridad y comodidad. Si alguien se va a hacer rafting, el envidioso teme que, aunque no le gusta el agua salvaje, aunque no le interese el deporte, aunque lo que le guste sea quedarse viendo la tele, eso le vaya a generar ansiedad (envidia) de pensar que a lo mejor debería irse a hacer rafting. Así que tiene que poner en marcha el mecanismo de desprecio ("el rafting es una pérdida de tiempo, yo estoy mucho mejor trabajando") o de marginación ("los que hacen rafting son unos vagos" o "si haces rafting estás malgastando tu dinero") o de ignorancia (no querer ni oír las historias del que se fue a hacer rafting). Cualquier cosas con tal de que no suba la inseguridad, el cuestionamiento, la duda…

Así que el envidioso suele buscar ser el líder (o el "mejor") de su entorno, y salir de él lo menos posible. Si consigue encontrar un entorno más o menos estable en el que su posición no se somete a riesgos de comparación o de competición, el envidioso está estable. Controla su úlcera. Pero, cuando alguna oveja se sale del grupo e intentar llevar una vida aparte, entonces el envidioso manda no al perro pastor, sino al lobo.

Thursday, August 06, 2009

Está habiendo cierto debate en Inglaterra sobre el derecho al suicidio. Puedo estar siendo reduccionista, pero es que a veces las cosas hay que reducirlas al principio básico: el derecho a vivir no sería pleno si no existe el derecho a acabar con la propia vida. No se puede llamar a algo un derecho si hay que ejercerlo de forma obligatoria. Es como cuando en ciertas democracias se obliga a votar.

Es contradictorio, es incoherente y además es anti-liberal. Si una persona con capacidad de decidir manifiesta su voluntad de morir, ¿por qué tiene que venir Papá-Estado a decirle "mire usted, hay que vivir esperar a que la naturaleza diga cuándo tiene que morir".

César Vidal tiene el argumento estrella es que la primera ley de la eutanasia fue promulgada por los nazis. Utiliza ese argumento tal y como los progres utilizan la etiqueta "facha". Es una etiqueta intimidatoria.

Si tuviéramos que descalificar las buenas ideas sólo por el carácter de quien las propuso, seguramente no tendríamos democracia.

La razón principal por la que debería permitirse disponer de la propia vida es que no se está obligando a nadie a ejercer ese derecho. Si alguien quiere hacerlo, se puede proceder de forma segura. Y si alguien no quiere hacerlo, pues que no lo haga.

Todo el desarrollo argumentativo es secundario.

Que los médicos tienen objeción de conciencia: bueno, pues el que no quiera asistir al suicidio que no lo haga. Habrá médicos que no tengan esa objeción.

Que el Estado tiene que pagarlo en la sanidad pública: lógico, es que si no es un derecho para los que pueden pagárselo. Si no quieren crear unidades de suicidio en los hospitales, pues que creen centros específicos.

Que puede ejercerse influencia abusiva por parte de personas interesadas: ¿de verdad se puede creer alguien que por permitir a alguien suicidarse legalmente se va incrementar la influencia de las personas interesadas? Si acaso será lo contrario.

Que la voluntad tiene que ser inequívoca: cierto, para ello se pueden crear formas de expresión de la voluntad. Como el que dice, "si estoy en coma, no me despierten", o, "si para sobrevivir tengo que depender de una máquina, no me conecten".

Las personas tienen tanta avidez de libertad personal que con el tiempo la moral quedará reducida a lo básico. Y acepto que eso es muy peligroso, porque una sociedad sin moral necesita mucha ley. Pero esa razón no es suficiente, ni de lejos, para limitar las libertades individuales.

Sunday, June 14, 2009

Estaba pensando ayer en lo terrible que debe ser vivir bajo la autoridad despótica de alguien en una familia. La sensación de estar sujeto al arbitrio de alguien que ejercer su autoridad con absoluta tiranía y no saber cuándo terminará.

La casa de uno tiene que ser ese lugar en donde se encuentra protección, no en donde se sufre abuso. E incluyo en esa categoría de víctima doméstica a cualquier animal, por supuesto. Los animales, además, tienen la circunstancia de que pase el tiempo que pase, nunca podrán defenderse del ataque; siempre son la parte que sale perdiendo.

Hay una teoría bastante progre que defiende que los hijos donde están mejor es con sus padres; eso aunque los padres sean unos incompetentes (en el mejor de los casos) o unos salvajes (en el peor). Si los padres dan muestras de que se puede "trabajar con ellos", entonces dejan al hijo con los padres.

Con los animales, aún más. Como se les considera una propiedad, es prácticamente imposible quitarle a una persona su animal.

Y así, los que tienen el deber de proteger a los que no pueden defenderse, se convierten en propiciatorios del abuso.

Friday, June 12, 2009

Acabo de leer la introducción de un trabajo de Inés para su Universidad que viene a ser un hostiazo a los principios de la escuela. Algo así como si en quinto de Derecho haces un trabajo que se titula, "la ley no sirve para nada".

Ser libre pensador es una actitud excepcionalísima y además muy difícil de llevar a cabo. Es como cuando en la segunda parte de Matrix, el ordenador supremo dice que los rebeldes son parte del sistema: se utilizan para mejorarlo, encontrando sus flaquezas y empezando de nuevo.

La batalla de la vida dibuja las tendencias en blanco y negro, pero hay muchos colores intermedios que se niegan a ser agrupados bajo el mismo cromatismo. De hecho, la cosa se complica aún más, porque luego están los que imitan y los que siempre quieren ser distintos. En el fondo, ¿quién es realmente libre?

Una de las cosas de que las que se me ha acusado es de haber cambiado por influencia de Inés. Yo me "defendía" de eso, pero Sara, mi cuñada, dio una respuesta simple y contundente: en una pareja hay una influencia mutua. ¡Y qué verdad es! Si no, sería una descarga de uno en el otro; si no hubiera influencia recíproca, seríamos dos personas impermeables, que se niegan a cambiar, a entender las posturas del otro. No habríamos podido durar tres años de casados juntos en el extranjero.

Seguramente he cambiado bajo la influencia de Inés mucho más de lo que lo hice bajo la influencia de otros. Y, ahora que nadie nos oye, no sé hasta qué punto esa influencia fue buena.

Desde muy pequeño, aprendí a defender mis ideas argumentando hasta la saciedad. Desarrollando unas reglas aprendidas con ensayo error, unas reglas que mis contrincantes no respetaban, pero a las que yo me atuve hasta convertirme en el abogado que soy hoy en día. He discutido mucho con mucha gente. ¿He aprendido de ellos? No mucho. ¿Me he superado a mí mismo en el proceso? Constantemente, por una sed de "sangre dialéctica".

Sin embargo con Inés no tuve que discutir para aprender. No me tuve que justificar. No tuve que poner la pica en ristre para poder ganar espacio y elaborar. Con Inés, lo hablé, escuché, y luego reflexioné.

Y sin duda alguna he cambiado mi forma de pensar. Si tres años fuera de mi país no me hacen cambiar, debería estar preocupado. Pero eso no me hace estar más sujeto a la influencia espuria de los elementos que me rodean, sino más sabio.

Wednesday, June 10, 2009

Hace cosa de seis años fui a una lectora de cartas. Acaba de salir de una relación muy dura que me había dejado muy tocado. Como siempre pasa con estas relaciones, al final no te duele la ausencia de la otra persona, sino el retorcimiento de ti mismo que ha causado estar con una persona te quiere moldear a su gusto y pretensiones.

Así que fui a esta lectora de cartas con la esperanza escondida de que me dijera que volvería a estar con esta chica y que íbamos a ser muy felices juntos. Pero no me dijo eso.

Lo que me dijo fueron descripciones bien gráficas y definitivas sobre mi pasado, mi trabajo, mi presente y mi futuro. Unas predicciones tan detalladas – hasta en los detalles más absurdos – que me dejaron sin capacidad de comprensión.

Seis años después, está a punto de cumplirse la última predicción que me hizo. Si se cumple, me sentiré profundamente liberado y no volveré nunca más a pedir que nadie me lea las cartas. En realidad, saber (o creer saber) tu futuro, te convierte en un esclavo.

Dejando eso de lado, aceptar que alguien puede ver el futuro, es como aceptar una especie de predeterminación o de destino escrito. Para que un vidente pueda asomarse al futuro y decirte lo que te va a pasar, el futuro tiene que estar dibujado en alguna parte.

Por eso yo me planteo: ¿no será que en realidad pertenecemos al pasado? ¿No será que en realidad esta historia está siendo contada y que por eso cuando alguien mira al futuro en realidad está viendo una parte adelantada del pasado que queda por venir?

Saturday, May 30, 2009

El problema que tiene un liberalismo completamente anti-intervencionista es que obvia el hecho de que, al final, la sociedad sufre las consecuencias de determinados desmanes.

La dialéctica neo-liberal suele ser la de que el mercado se auto-regula y que el intervencionismo sólo desvirtúa los cursos naturales del mercado que atienden necesidades según van surgiendo. En esa misma línea, se dice en ocasiones:

  • que el sistema sanitario público y de las pensiones es un fracaso y hay que eliminarlo
  • que el Estado es un mal gestor y que da mal servicio y muy caro
  • que las personas individuales saben mejor que nadie lo que les conviene
  • que el dinero de uno está mejor en su bolsillo que en las arcas del Estado.

Estas propuestas que he oído toda mi vida por parte de ciertos intelectuales liberales, parten de una falsedad de principio y es que las personas tienen una opinión educada sobre todo lo que les atiene. Es decir, que todos los individuos, según esa teoría, saben muy bien cómo elegir trabajo, seguro sanitario, pensión de jubilación, forma de empresa y demás. Pero eso está lejos de ser cierto. Si un organismo como la Comisión del Mercado de Valores puede ser engañado, ¿cómo no lo va a ser una persona que no sabe ni la diferencia entre una SL y una SA?

Las personas en general carecen de información sobre lo que les afecta. Es lógico. Bastante tiene cada uno con saber lo que le ocupa (trabajo, familia y demás), como para tener que formarse en profundidad sobre si AIG tiene un balance de resultados o si está provisionando el fondo de contingencias de seguros.

Muchos de estos mismos liberales atacan precisamente la ignorancia del usuario por su falta de interés. Es un planteamiento injusto. Es mercado (en sentido amplio) es un mundo deliberadamente complejo. Si se producen crisis es precisamente porque NADIE tiene toda la información.

A partir de esa falsedad inicial, se construyen la idea de que el mercado viene a atender esas carencias generadas. Lo cual es otra falsedad. Hay servicios que no son rentables. La sanidad sólo es rentable tanto en cuanto el usuario pueda financiarla. Si el usuario es incapaz de trabajar y por lo tanto de pagar ese servicio, no habría iniciativa privada alguna que supliese esa demanda. Cualquier servicio de protección ciudadana (bomberos, policía, protección civil) no es rentable. Al mismo tiempo, negar el hecho de que las personas son vulnerables y que pueden perder el trabajo y como consecuencia dejar de producir y por lo tanto incapaces de financiar esos servicios es no querer ver la realidad.

Otra verdad que deja de lado es que las consecuencias de la irresponsabilidad en la iniciativa privada las asume la sociedad en su conjunto. El trabajador que pierde su empleo, las empresas proveedoras, los acreedores de esa empresa, el Estado que deja de recaudar impuestos…; la cadena es casi infinita. La iniciativa privada sin supervisión es tan peligrosa como el Estado. Porque el empresario no se sustrae a la condición de individuo con una información limitada. Si yo ahora lanzo una empresa de componentes químicos, de lo que no tengo ni idea, y empiezo a generar negocio (empleados, suplidos, ventas…) y como consecuencia de mi ignorancia me veo obligado a cerrar la empresa, la responsabilidad de lo sucedido es mía, pero las consecuencias son para los terceros. Y esos terceros se han visto envueltos en mi iniciativa porque no tienen la información suficiente para saber si mi empresa tiene visos de ser sostenible o no.

Por último, no es cierto que el Estado es un mal gestor. El ente público puede ser un sector muy eficiente si se le elimina de trámites innecesarios y tiene sistemas de gestión empresarial adecuado.

Con esto, no quiero decir que el liberalismo no sea adecuado; al contrario. Soy un profundo defensor del liberalismo y de la libertad en la iniciativa privada por añadidura. Lo que creo que es que hay que introducir dos elementos: uno ético y otro legal.

El primero es la responsabilidad social de la empresa; no sólo de la iniciativa privada, sino en la pública también. La empresa tiene que ser consciente de que está dando un servicio a la sociedad. Y que como se beneficia de ella también tiene que ofrecer calidad. No sólo en el producto ofertado, sino también los medios empleados.

El seguro es el control de gestión. La Administración tiene que tener unos mecanismos de control de gestión de las empresas para evitar desmanes y actuaciones irresponsables. No se tratar solo de que una empresa publique las cuentas anuales, sino de que haya una verdadera supervisión de la gestión que se realiza.