Byron (el gato, no el poeta) es de lo mejor que me ha pasado en la vida. Si tuviera que hacer una lista muy corta de cosas que me han hecho feliz, Byron ocuparía un puesto seguro. También es verdad que soy muy inhumano, porque los animales me despiertan más generosidad que los hombres, en condiciones de igualdad. Quien diga que los animales no piensan o que no tienen personalidad, es que están desconectados de la realidad más allá de sí mismos. Puede ser que un animal no disfrute una película, o un libro, o que no vea la necesidad de calentarse un plato en el microondas. Pero, ¿quién dice que eso sea mejor que ser capaz de comer crudo? Byron sabe perfectamente dónde se tiene que poner para recibir rayos de luz. Nota como nadie cuándo hemos puesto la calefacción para poder pegarse al radiador. Cuando huele pescado, sabe perfectamente – y demanda – que él tiene que probarlo. Byron tiene localizados los puntos de calor en la casa: el descodificador de la tele, debajo de la lámpara de la mesilla de noche. Y sabe cuáles son los lugares desde los cuales puede tener controlado el movimiento. Byron no va donde nosotros queremos que vaya. Si no quiere ir, podrá dejarse coger – no le queda otro remedio –, pero en cuanto pueda se irá a donde él quería ir en primer lugar. Eso, desde luego, no significa que los perros tampoco tienen personalidad porque obedezcan todo… Eso significa que su personalidad es dócil. ¿O es que no hay personas que hacen todo lo que se les dice? Hay quien acude a los animales por hastío con las personas. Yo admiro a los animales por su capacidad de adaptación en un medio no sólo hostil, sino que no pueden domesticar.