Estaba pensando el otro día que ese planteamiento capitalista por el cual el consumidor, sabio, regula el mercado expresando sus opiniones por medio de su consumo es una utopía tan ilusa como que esa que piensa que si no hubiera poder, todos viviríamos civilizadamente.
No es teoría de la conspiración, es simplemente que el individuo no controla la distribución. Y sí, puede organizarse en un momento puntual para hacer un boicot de determinado producto o servicio, pero en general no tiene medios de expresar su desagrado o aceptación. En última instancia, aún en el supuesto de que lo exprese, puede desoírse por parte de aquel que produce o distribuye.
En medio de esta crisis, está claro que la gente que se ha endeudado irresponsablemente hasta las cejas son culpables de su situación, pero ¿de qué manera va a regular un consumidor un mercado inmobiliario que se ha inflado artificialmente?
En la crisis del petróleo de los setenta, los productores se pusieron de acuerdo en fijar unos precios de tal forma que o se aceptaba o se aceptaba. Y el consumidor, ese individuo que coge su coche todos los días para ir a hacer esto o lo otro, ¿qué puede hacer contra eso?
Por supuesto, el libre mercado no ha fracasado como sistema, pero no se puede dejar a su libre albedrío porque hay unos que terminan pagando doble: los individuos, como consumidores y como contribuyentes.
Hay muchos que alertan contra la intervención o regulación del Estado por los riesgos que entraña: para la fluidez del mercado, para garantizar las libertades individuales, la de empresa… Pero yo creo que la no intervención genera otro peligro aún mayor, que es dejar a merced de los que controlan los medios de producción el mercado y eso tampoco funciona.
Ayer veía un programa sobre la huelga de los mineros durante la época de Margaret Thatcher. Sin entrar a valorar la huelga, sus planteamientos o lo demás, había un ex minero que decía una cosa muy interesante: “Thatcher triunfó no sólo en esta huelga, sino en todo el país; el individualismo de este país nos ha llevado a que a nadie le importe una mierda lo que le pase al que tiene al lado”.
Y hay que darle la razón. No sé hasta qué punto los tiempos pre-Thatcher estaban marcados por la solidaridad de los unos con los otros, pero en Londres, en Inglaterra y en cualquier país desarrollado en general se puede apreciar que cuanto más se premia el individualismo, más fuertes son las grandes empresas y menos humana es la gente.
Todos esos planteamientos me suenan un poco (un mucho para quienes me conocen) alejados de mi visión habitual sobre la sociedad. Sigo viendo las cosas desde una óptica liberal, pero es que me estoy cansando de ese síndrome de Estocolmo que tiene cierta parte de la derecha. Si la derecha liberal se preocupa de las libertades individuales, a veces hay que darse cuenta de que la mejor forma de protegerlas es no permitir desmanes del sector privado también. Limitar el sector público, sí, pero no por ello echarse a los brazos del sector privado como si actuara de una forma aséptica.
Para terminar, cierro con un súper Hit de las Nancys Rubias, que son unos cachondos mentales.