Ayer estuve en un evento social-laboral-español. Como siempre, fui solo. Como siempre, me junté con los primeros que pillé y de ahí a hablar con quien me fuera encontrando.
El que mejor me calló fue un abogado canadiense con el que estuve hablando un poco de todo. El peor, un abogado alicantino. Entre medias, había toda una suerte de cantamañanas, de comerciales narcisistas, de pijas vasco-madrileñas… Como decía una amiga, “happy family”.
Este tipo de encuentros me suelen dejar entre frustrado y asqueado. Lo primero porque tengo la absurda impresión de que si no consigo integrarme en este ambiente (y puedo asegurar y aseguro que no me integro, sólo me sostengo), estoy fallando. Lo segundo porque no entiendo por qué para ser algo en el mundo legal hay que actuar como si tuvieras cosas más importantes que hacer que estar escuchando al que te habla (ya se sabe..: mirar el móvil, saludar con la cabeza a gente que está fuera de la conversación…).
En realidad, este tipo de actitud no se da sólo en el sector “city”. Se da en todos los ambientes. De hecho, me llevé una satisfacción ayer: ver que en realidad los eventos a los que acudo cerca de mi despacho – que yo pensaba que eran así porque eran unos ingleses insoportables – son exactamente iguales… Es una satisfacción paradójica, pero a mí me sirve para no pensar que me estoy perdiendo algo o para pensar que si fueran españoles, sería mucho más divertido. Siempre encuentro a una persona maja con la que se puede hablar sin pretensiones (de negocio, de demostrar nada...), pero no más. La mayoría no me interesa, ni yo les intereso a ellos.
