Monday, March 05, 2007

Es curioso, hay gente que se pasa la vida añorando sus años en el cole o en el insti o en la uni. En definitiva, hay gente que añora su vida de estudiante y nada de lo que ocurre después les parece que compense más lo que tuvieron.

Yo recuerdo mi colegio principalmente en las pesadillas. Hay un sitio especialmente recurrente que no sé por qué es el escenario más habitual para mis malos sueños… Es la zona de las escaleras traseras o interiores, las que iban desde un patio pequeño que daba la secretaría y hasta la casa de los curas. (Lo sé, descripción digna de comentario almodovariano.., pero por ahí no van los tiros…). Esas escaleras tenían unos azulejos tétricos, azulados, como de hospital. Y el gresite del suelo estaba gastado y viejo. Nunca tuve una especial repulsión por esa zona del colegio, pero como eran las escaleras que daban a las clases de los cursos más altos de BUP y de COU, supongo que por eso me trae memoria del estrés…

Puedo evocar con perfecta facilidad la sensación de llegar el domingo por la tarde y no tener ni puta idea de lo que me iban a preguntar el día siguiente; concretamente, me acuerdo de las tablas de multiplicar. La tabla del siete y a la del nueve seguramente hayan sido las cosas que más me hayan costado aprender en toda mi vida.

El examen de Biología de primero de BUP me dejó tantas secualas que me deperté un año y medio después, de vacaciones, agobiado porque tenía que estudiar…

Esa sensación de haberse pasado el tiempo que había para estudiar y tener el examen encima es terrible. Seguramente muchas personas no conozcan esta sensación, pero los que hemos sido mediocres estudiantes sí lo sabemos.

La primera vez que vi la película BIG, de Tom Hanks, pensé que la chica estaba tonta no queriendo volver al colegio con las oportunidades que eso le ofrecía. Poco después, reflexionándolo, me di cuenta de que yo tampoco volvería, bajo ninguna circunstancia.

Yo creo que lo más parecido a la esclavitud es la vida de estudiante, pero, al igual que las muelas, hay que pasarlo cuando uno tiene todavía la piel para aguantar determinados abusos. Los adultos no podemos ir al colegio porque no podemos aguantar semejante ajuste vital por el cual una persona se convierte en el abogado, jurado y juez de nuestra actitud. Un estudiante “tipo” depende del dinero de sus padres para todo. Y luego, en el colegio, depende del profesor, que le va a enseñar cómo son las cosas según su punto de vista y luego va a valorar el aprendizaje de esos conocimientos. No de una forma objetiva e imparcial, sino inevitablemente infundido por los prejuicios adquiridos a lo largo del curso o vida laboral.

Nunca como en la vida del estudiante están tan concentrados en una sola persona la potestad decisiva sobre el futuro del alumno. Después, una vez termina esa formación, se está expuesto a una serie de influencias que, si bien pueden ser frustrantes en muchas ocasiones, se “democratizan”.

Por eso, yo creo que no puedo añorar en modo alguno esa vida y creo que mi vida sólo ha ido mejorando – sin ánimo de ser condescendiente conmigo mismo – y me alegro profundamente de haber dejado atrás esa “vida de estudiante”.

Todo esto, sin duda, con perdón de los Señores profesores que lean esto y salvo mejor opinión.