Thursday, May 10, 2007

Después de nueve meses en Londres, empiezo a entender el “cinismo inglés” del que se habla tanto. No se trata de que escondan una palabra desagradable entre cinco agradables para que así no parezca tan fea la crítica; eso me parece una virtud y no cinismo, aunque a los españoles nos suela gustar ser más directos. Lo que hace de esta gente unos cínicos redomados es que cuando quieren algo que no son capaces de conseguir por la vía habitual, en lugar de subir el tono o la exigencia, adoptan dos posturas simultáneas: una es trabajar por la espalda para clavártela en cuanto puedan, y la otra es perder los papeles y los modales.

Yo entiendo que no quieran ir por la vida ordenando y mandando; saben que eso no tiene resultado. Pero lo que les convierte, a algunos de ellos, en unos seres repugnantes es que una vez no logran lo que quieren por las buenas y corteses, se vuelven taimados, pérfidos, traicioneros.

Esos individuos, más comunes en la “Inglaterra tradicional”, son lo más parecido a las serpientes de fábula: te cortejan, hasta te adulan, pero si no consiguen lo que quieren y/o cuando ya lo han conseguido, te muerden y matan.

Cuando uno de esos seres está a cargo de una empresa, suelen ser peores que el “Jefis hispanicus”, porque este es burdo y previsible, mientras que aquel es peligroso e imprevisible.
Afortunadamente, no hay tantos de estos como la gente suele decir. Hay muchos cínicos, pero la especie autóctona de cínicos es la única que cuenta como factor diferencial.