Sunday, October 28, 2007



Ya decía Inés hace algunas entradas que estábamos viendo una serie de lesbianas llamada "L-Word". Ver sin más no es el concepto adecuado; la verdad es que estábamos engachadísimos... Ayer acabamos el último episodio de la tercera temporada.

En el penúltimo capítulo de la tercera temporada, muere de cáncer una de las chicas, que además era mi personaje favorito (la menos complicada de todas, por cierto). El caso es que después de eso la vida sigue para las demás y, aunque con sufrimiento, todo sigue adelante.

La serie me encanta porque no es previsible como los guiones de siempre y porque, en muchos aspectos es totalmente real.

En primer lugar, la vida suficientemente llena está de dolor como para que lo causemos a los demás por vía de impedir que puedan ejercitar su libertad. En segundo lugar, la vida es demasiado corta como para que se agote impedido por la vergüenza de lo que piensen los demás. En tercer lugar, nadie tiene la receta para una felicidad sostenible y permanente y lo único que se puede hacer es intentarlo; conseguirlo va en la medida en que nosotros mismos no lo jodamos.
Si de algo me ha servido cumplir años - y creo que estar a los pies de los 30 tiene que ver con esto que voy a decir - es para relativizar o, más bien, para dejar de tener opiniones sobre todo. Cuando tenía menos de veinte, tenía una opinión sobre todas las cosas. Cuando tenía veinti pocos, tenía opinión sobre muchas menos cosas, pero era bastante rotunda. Ahora que voy a empezar los treinta, tengo muy pocas opiniones, y no estoy seguro de que no sean mejorables.

Al final, te sustentas sobre un suelo de creencias, y te vistes con tus opiniones. Y tener que renunciar a la firmeza de las mismas supone que cualquier otro te pueda hacer caer, o desnudarte ante los demás.