Wednesday, September 23, 2009

Una vez fui al psicólogo. Como a muchas personas, para mí ir al psicólogo era una admisión de debilidad, de incapacidad. Y como soy un convencido de la auto-reparación, llegué a la psicóloga con la boina entre las manos y la mirada agachada.

También como a muchas personas, ir a ver a un psicólogo me transformó la visión que tenía sobre el tema y ahora, si no fuera tan caro, creo que iría todo el tiempo.

No se trata de que haya un problema concreto, no hay que estar deprimido o enfermo mentalmente para ir. En realidad, la vida está llena de situaciones que te hacen dudar y muchas veces esas dudas se apartan como incómodas, cuando en realidad habría que lidiar con ellas.

Una vez leí el libro ese de la filosofía-psicología ('Más Platón y menos Prozac'). Era un libro buenísimo, pero la receta no es válida para todo el mundo. No todo el mundo tiene problemas existenciales ni todo el mundo afronta las cosas de una forma tan metafísica. De hecho, lo que subyace a ese libro es: si vas al psicólogo es porque estás tremendamente distorsionado. Y en realidad la gente tendría que ir al psicólogo para hablar.

Otro argumento frecuentemente utilizado es: yo ya hablo con los amigos… Pero los amigos no tienen la distancia necesaria que tiene un psicólogo. No tienen voto de confidencialidad. No tienen el tiempo para estar escuchando siempre lo mismo sobre uno mismo. Por muy buen amigo que se tenga, el amigo va a ver las cosas con una perspectiva distorsionada por el afecto, el conocimiento y otras muchas circunstancias.

Un amigo me dijo que no fuera diciendo por ahí que había ido al psicólogo porque la gente se iba a hacer ideas sobre mí. Y yo pienso: ¿y a mí qué más me da?