Tuesday, August 15, 2006

Una suerte de cojones

Sé que suena mal decir tacos, y más si es por escrito. Aún más, sé que es un abuso que colocar tantas entradas en tan poco tiempo en el Blog… Para aquellos lectores habituales porque deja sin efecto eso que decía en “Un consejo Zen” de no publicar entradas muy largas. Cinco cosas, largas o cortas, es muchísimo y además una desconsideración. Para aquellos lectores esporádicos, porque la tarea de ponerse al día es tan costosa que probablemente cause baja definitiva. Para Inés, porque estoy colapsando este espacio ganancial…

Todo lo anterior es verdad, pero es que estoy solo en Londres, no conozco a nadie, y para mí los minutos son horas. Necesito desfogarme, necesito escribir… Al fin y al cabo, ¿hay algo más narcisista que un Blog? No sólo te dedicas a escribir tus pensamientos, sino que te dedicas a publicarnos en la red… Aún más, no sólo los publicas, sino que le dices a la gente que visite tu Blog: es decir, le dices a la gente que le lea, escribas lo que escribas… Abundando en la cuestión: te animas y te pones a escribir folios y folios abusando del cariño de los demás. Pero no acaba ahí: además quieres que te dejen comentarios… No, no se acaba ahí la cosa: ENCIMA, tienen que crearse un Blog para escribirte (y hay quien lleva cientos… ¿verdad, Tani?). Es un despropósito que, como diría Inés, sólo puede entenderse si eres un Valero – el hecho de que casi todos los que tienen un Blog no sean “Valero” no modifica mi afirmación; allá cada uno consigo mismo –.

Como decía Neruda, hay tanto que leer que con todos los libros se podría hacer una gran hoguera…, así que no me privaré de alimentar la gran llama…

Y dicho esto, pienso: ¿era necesaria toda esta introducción para hablar de mí mismo? ¿Acaso necesito una coartada para escribir en mi propio Blog? Lo que decía…, esto es un despropósito…

Cuando hace dos sábados me despedía de la gente y, a su respuesta de si me daba pena marcharme decía que lo único que quería era encontrar trabajo, no imaginaba que siete días después estaría sentado en la mesa de mi casa Londinense pensando que si me ofrecieran los dos trabajos para los cuales he hecho entrevista, intentaría coger los dos.

El martes estaba concertando una entrevista para el miércoles de la semana siguiente para fijar los términos de mi contrato. Yo, hasta que no tenga el contrato firmado, no consideraré que tengo el trabajo, pero mucho se tendrían que torcer las cosas para que no salga la cosa. Es un trabajo en un despacho de abogados español, para encargarme de la oficina londinense.

El jueves por la tarde participé en un proceso de selección del ABBEY, como ya decía en otra entrada anterior, lo cual no garantiza absolutamente nada, pero la esperanza es lo último que se pierde…

Si tuviera un metabolismo más lento, o simplemente perspectiva, vería esas dos cosas como dos logros enormes. Si a ello le añadimos que dejé currículos en cines, videoclubs, Starbucks y tiendas, podría considerar que la semana ha estado plagada de hazañas… Lamentablemente soy el tío con más impaciencia que conozco, y en lugar de sentarme a disfrutar, lo que pienso es qué haría si me ofrecieran el trabajo del ABBEY y el del despacho…

De hecho, ya había pensado varias ideas para el despacho, pero Pats – amigo y empresario de pro (tenemos que poner un enlace a su empresa) – me ha recomendado que no empiece así, que mejor vaya poco o poco para que el jefe vaya confiando en mí poco a poco y vaya viéndome como imprescindible…

He tenido una suerte de cojones, y podría dejarlo así, sin más. Pero, como dice un amigo mío, yo siempre que darle una explicación metafísica a todo… ¿No me basta la realidad tal y como es? Debe ser que no…; debe ser que soy de esos adictos al opio del pueblo…

Siempre que he seguido mi instinto, me ha ido bien o muy bien. Siendo bastante cuadriculado y esquemático, si un rayo me cruza el pensamiento, lo sigo sin importarme a donde me lleve. Londres fue un rayo que se nos cruzó cuando preparábamos nuestro viaje a Dublín. Dublín, por su parte, fue una idea que se nos ocurrió en el aeropuerto de Frankfurt cuando volvíamos de Helsinki de unas vacaciones estilo mileurista (“a-casa-de-un-colega”). Decidimos casarnos volviendo de un viaje de Barcelona. (Veo que nuestras decisiones tienen mucho que ver con los viajes…; habrá que tener cuidado no nos de por irnos a Bangladesh…).

Yo, por mi parte, me volví de Dublín a Madrid porque por un conjunto de casualidades me ofrecieron un trabajo en el despacho en el que he trabajado hasta hace nada. A su vez, me fui a Dublín porque, por una serie de conjunciones me lo sugirió un tío mío.

Pero, sin duda alguna, la alienación planetaria más afortunada de mi vida fue la que me llevó a reencontrarme con mi queridísima Inés…

Es decir, que si alguna vez alguien quiere tenderme una trampa, sólo tendrá que presentarla como una “revelación”…

En definitiva, que no sólo animo a ello, sino que además practico lo de “seguir las señales”, en palabras de “El Alquimista” (seguro que gente mucho más culta que yo conocerá referencias literarias muchísimo más ancestrales, pero de momento doy la cita por buena). Por eso le decía a Marita en su Blog que si ahora se abría el camino de vuelta a Madrid, debía seguirlo, porque seguro que le llevará a la felicidad.

Personalmente, no es que fuera un infeliz en Madrid; ni mucho menos. De hecho estos tres últimos años y pico (desde mi vuelta de Irlanda) han sido los más felices; no sólo por Inés, sino porque siento que me he hecho amigo de mis amigos como no lo había hecho antes. Es más, he incorporado nuevos amigos a mi reducida lista de íntimos que no hubiera añadido antes. También ha habido bajas, pero eso forma parte de la triste evolución hacia el “adulterio”… Pero los caminos no se abren ante ti solamente como salida a la infelicidad; en ese caso no serían caminos, sino escapadas…

Un detalle curioso – para mí, metafísico convencido, un detalle significativo; para otros una casualidad pura y dura – es que hace algo más de dos años estaba en una cena con unos compañeros de trabajo. En un momento dado uno de mis compañeros (un jefe, para más detalle, que además considero amigo y que tuve el honor de que asistiera a mi boda) dijo que yo lo que tenía que hacer era “irme a la City”. Yo le contesté que qué le hacía pensar que “en dos años no me iba a ir a la City”, a lo que él respondió que estaba seguro de ello porque si me iba “me arrancaría la cabeza”… No pasa de ser una anécdota, pero como ya he dicho que a mí me gusta encontrar señales en donde no las hay, cuando hablaba con este compañero de mi partida, me acordé de esa conversación.

Al final, poco más de dos años después, aquí estoy, en la City…

Por todo ello estoy seguro de que nos irá genial en Londres. No sólo porque Londres da muchas más oportunidades a las personas que Madrid, sino porque hemos seguido el paso que se nos abría ante nosotros. Y por eso cuando dejaba mi trabajo, dejábamos nuestra casita, dejábamos al pequeñito por unos meses, y emprendíamos la serie de sacrificios que había que adoptar, no me importaba porque tengo fe ciega en nosotros y en nuestro futuro.