Saturday, August 18, 2007

Desde que el otro día caí en la cuenta de que en febrero voy a cumplir 30 años, me he despertado al hecho de que, aunque la edad no importa, ya no soy ningún niño. Todavía me quedan unos meses de veinteañero, pero a mi tendencia revisionista y autocrítica, se le ha sumado el "peso" de ir a cumplir treinta añitos ya...

Le decía no hace unos días a Chichabel, que aunque siempre me ha gustado decir que no me arrepiento nada, es una falsedad enorme. Es como cuando me daba por decir que no me gustaba mentir. Bueno, de acuerdo, es posible que sea bastante honesto, pero se puede ser honesto y mentir, y yo he contado muchas bolas a lo largo de mi vida.

También me pasa que estamos al final del verano (aunque por aquí mucho verano no ha habido, la verdad) y que unos amigos de toda la vida se casan el 1 de septiembre.

Todas esas circunstancias me hacen darme cuenta de que cada vez que recuerdo cosas de Madrid, las recuerdo como si estuviesen a años luz, como si fuesen de mi vida en otro planeta. Y, lo que es más preocupante, me gusta que así sea... Voy a confesarme: Madrid me inspira más vergüenza que buenos recuerdos.

Como decía Rubén, unos de los tíos más clarividentes que he conocido en mi vida, la emigración te ofrece la posibilidad de empezar de cero reinventándote a ti mismo. Yo eso lo sé muy bien, porque cada vez que salía de Madrid, lo ponía en práctica. De hecho, la vez que volví después de haber estado diez meses en Irlanda, sufriendo a base de bien, volví para cerrar heridas y para poder coger fuerzas para poder irme otra vez, quien sabe si esta vez por mucho más tiempo del que nadie creyó.

La distancia y el tiempo no pasan en valde, y claro, no reacciono igual ante las mismas cosas. Como me decía Curro, uno de los poquísimos amigos que hecho aquí - un tipo que, casualmente, vive en Cádiz... - me he vuelto muy guiri...