Saturday, March 28, 2009

En una escena de Annie Hall, los padres de Alvy (el personaje de Woody Allen) discuten con el rabino sobre algo que ha hecho Alvy. En un momento dado, el rabino le sacude una torta a Alvy, y los padres le dicen al rabino que no pegue a su hijo, al tiempo que le dan otra torta ellos. El rabino, que discrepa, le suelta otra torta. Y los padres repiten el proceso.

El comportamiento de la izquierda progue se define muy bien con la frase de tener una deuda con el prójimo y querer pagarla con tu dinero; pero el del derechismo refleja el de los padres de Alvy, exigiendo que no se pegue al hijo ‘castigándole el hígado’ (como diría el entrenador de Rocky) del propio hijo.

La semana pasada oía a un periodista de este lado del río diciendo que las fotos de Garzón en África eran las del típico progre que se hace la foto para sentirse solidario y conectado a la pobreza, y luego vuelve a su vida de lujo y deja atrás a esos que están en la miseria.

Dejando de la lado mi opinión sobre Garzón, el argumento que subyace a esa crítica es todavía más condescendiente que la supuesta actitud progre de Garzón. Porque, básicamente, lo que ese periodista viene a decir es que la gente de la tribu que visitó Garzón, lo que en realidad quieren es una buena carretera, unos buenos rascacielos y, seguramente, un trabajo de 9 a 9 en una oficina. Y, claro, como está claro que eso es lo que quieren, el hecho de que alguien vaya y se haga una foto con ellos vestido de local, en lugar de hacerlo con un traje de Armani, que es lo que a ellos les gustaría ponerse, demuestra poca piedad.

Pues no. Por muy deseable que nos pueda parecer el tipo de vida que llevamos o, como decía Obama en su investidura, “nuestro estilo de vida”, no significa ni mucho menos que todo el mundo quiera vivir igual. Y aunque a algunos le parezca mentira, es posible que haya mucha gente que no esté dispuesta a sacrificar su vida para que el otro lado del mundo se pueda mantener un estilo de vida de su elección. Digo esto por la propuesta de bombardear los campos de refugiados y talebanes (ahí, todos juntitos para desgracia de los primeros) entre Paquistán y Afganistán.

Cuando uno se empeña en defender a alguien, como lo hacen muchos de la derecha, lo primero que habría que hacer es preguntar a la víctima si realmente quiere que la defiendan. Porque si no se acaba haciendo precisamente eso que se critica de la izquierda: querer defender a la víctima, pero saliéndole gratis.

Las personas, incluso las menores de edad, podemos no saber cómo conseguir algo que queremos, pero sí sabemos lo que queremos. Y, no gracias, no asuman que saben mejor que yo lo que quiero y por eso me lo dan, unos cogiéndome el dinero del bolsillo y otros regalándome un guantazo.