Saturday, April 11, 2009

Es verdad que vivir en el extranjero te hace un poco apátrida.

Es inevitable comparar, ser influido por las cosas del lugar y acabar por no ser, del todo, de ninguna parte. Daniella, una amiga venezolana que vive en Madrid, dice que cuando habla con sus amigos en Venezuela, le dicen que es 'la española'. Y en cambio en Madrid siempre es 'la venezolana'. Lo mismo le pasa a una amiga colombiana.

En Londres, que es un poco ciudad del mundo, ser extranjero es la norma. Y lo que han hecho los ingleses ha sido allanar todos los valores que podrían causar fricción con cualquiera de las nacionalidades inmigrantes. Al final, yo creo, en Inglaterra hay una crisis de identidad causada por estar tan empeñados en lo políticamente correcto.

Londres es una 'ciudad trampolín'. Todos los que vienen tienen un cometido. Usan la ciudad para proyectarse a ese lugar o posición en el que quieren estar y se van. Por eso es tan difícil establecer relaciones personales con la gente. Nadie quiere perder el tiempo o apartarse de su objetivo.

Volviendo a Madrid, me doy cuenta de que ya no formo para de la vida de los que dejé atrás. Si caigo justo en el hueco dejado entre tarea y tarea, o entre cita y cita, tendré una oportunidad. Si no, hasta la próxima, sea cuando sea.

Muchas veces decimos los que vivimos aquí que Londres es una ciudad que no se para por nadie. Que está compuesta por millones de individuos que no están conectados entre sí, sino para sumar población.

Pero vuelvo a Madrid y me doy cuenta de que es lo mismo. Salvo contadas excepciones, la mayor parte de la gente sigue el ritmo de su rutina y no lo para por nadie.