Friday, June 12, 2009

Acabo de leer la introducción de un trabajo de Inés para su Universidad que viene a ser un hostiazo a los principios de la escuela. Algo así como si en quinto de Derecho haces un trabajo que se titula, "la ley no sirve para nada".

Ser libre pensador es una actitud excepcionalísima y además muy difícil de llevar a cabo. Es como cuando en la segunda parte de Matrix, el ordenador supremo dice que los rebeldes son parte del sistema: se utilizan para mejorarlo, encontrando sus flaquezas y empezando de nuevo.

La batalla de la vida dibuja las tendencias en blanco y negro, pero hay muchos colores intermedios que se niegan a ser agrupados bajo el mismo cromatismo. De hecho, la cosa se complica aún más, porque luego están los que imitan y los que siempre quieren ser distintos. En el fondo, ¿quién es realmente libre?

Una de las cosas de que las que se me ha acusado es de haber cambiado por influencia de Inés. Yo me "defendía" de eso, pero Sara, mi cuñada, dio una respuesta simple y contundente: en una pareja hay una influencia mutua. ¡Y qué verdad es! Si no, sería una descarga de uno en el otro; si no hubiera influencia recíproca, seríamos dos personas impermeables, que se niegan a cambiar, a entender las posturas del otro. No habríamos podido durar tres años de casados juntos en el extranjero.

Seguramente he cambiado bajo la influencia de Inés mucho más de lo que lo hice bajo la influencia de otros. Y, ahora que nadie nos oye, no sé hasta qué punto esa influencia fue buena.

Desde muy pequeño, aprendí a defender mis ideas argumentando hasta la saciedad. Desarrollando unas reglas aprendidas con ensayo error, unas reglas que mis contrincantes no respetaban, pero a las que yo me atuve hasta convertirme en el abogado que soy hoy en día. He discutido mucho con mucha gente. ¿He aprendido de ellos? No mucho. ¿Me he superado a mí mismo en el proceso? Constantemente, por una sed de "sangre dialéctica".

Sin embargo con Inés no tuve que discutir para aprender. No me tuve que justificar. No tuve que poner la pica en ristre para poder ganar espacio y elaborar. Con Inés, lo hablé, escuché, y luego reflexioné.

Y sin duda alguna he cambiado mi forma de pensar. Si tres años fuera de mi país no me hacen cambiar, debería estar preocupado. Pero eso no me hace estar más sujeto a la influencia espuria de los elementos que me rodean, sino más sabio.