Tuesday, April 28, 2009

No sé si la prensa española está hablando tanto como la prensa inglesa sobre de lo de las torturas a los detenidos por la CIA. Básicamente, Obama ha desclasificado las órdenes y autorizaciones para emplear métodos disuasorios (tortura) en los detenidos y presos sospechosos de terrorismo por parte de la CIA.

Dejando de lado las cuestiones morales – que son las que últimamente decidirían que NO se deben emplear tales métodos – el razonamiento que, sin salir de la perspectiva de estos individuos que lo autorizaron, debería haberles hecho rechazar la consideración es que la tortura da como resultado que el torturado diga lo que el torturador quiere oír.

La prueba de eso estaba, según recogían los informes que curiosamente sostenían que debía continuarse, en que había presos que reconocían haber matado a gente que se sabía no habían matado ellos. Me imagino que si en ese momento a uno de los presos le pregunta si ordenó el asesinato de Kennedy, también diría que sí.

Hay libros de investigación de las prácticas de la Inquisición Española que precisamente hablan de que las personas que se sometían a tortura admitían la culpabilidad a todo lo que se les propusiera.

Otro argumento estadístico y aséptico es las consecuencias que genera la tortura en la población. Vamos a suponer que un preso torturado confiesa estar envuelto en una conspiración para poner una bomba en determinado sitio. Vamos a suponer que sus compañeros son tan poco inteligentes que continúan con el plan pese a que uno de los suyos ha sido detenido. O vamos a suponer que el campo donde están asentados sigue exactamente en el mismo sitio donde estaba. Los tipos confían en la capacidad de resistencia de su compañero y no cambian absolutamente nada. Siguiendo con las suposiciones – ya llevabas a lo absurdo, pero siempre continuando dentro de la premisa de estos individuos torturadores – vamos a pensar que se monta una operación de ataque a los conspiradores y se les elimina a todos. 

¿De verdad se creen los que autorizan las torturas que el enemigo se va a quedar quieto sin responder? ¿De verdad creen que estos enemigos no van a aprovecharse de los métodos empleados por los torturadores y van a hacer propaganda entre todos aquellos que discrepaban con ellos?

La respuesta a este tipo de preguntas suele ser del tipo "usted no sabe de lo que está hablando" o "usted está justificando el terrorismo". A lo que yo les respondo: no, señores, yo sólo defiendo el Estado de Derecho.

Y de la misma manera que defiendo ese Estado de Derecho en mi país, lo defiendo en un orden internacional. Y de la misma manera que no quiere que se torture a los terroristas nacionales, tampoco quiero que se haga con los internacionales.

Y sé que si en el momento en que alguien emplea métodos ilegales para luchar contra otro, los argumentos a favor del primero dejan de existir.

No sólo eso. La práctica de la tortura genera una de-moralización en las fuerzas del Estado que lo aplican. Los límites se hacen difusos. Si supuestamente es efectiva la tortura con los terroristas internacionales, ¿por qué no aplicarlo con los asesinos nacionales? Y entonces, ¿por qué no con los secuestradores para liberar al secuestrado?

Al final las fuerzas que aplican esa tortura saben que hay determinados momentos en los que se puede salir de la ley para obtener unos objetivos supuestamente superiores a los medios.

Si ese tipo de argumentos no convencen a quienes tienen que tomar las decisiones, entonces hay que salirse de su perversa perspectiva y acudir a los argumentos morales.

Así las cosas, se pueden obtener una serie de paralelismos sobre las prácticas de las personas con los animales. Los animales también son sujetos de derechos reconocidos (Declaración de los Derechos de los Animales aprobada por la UNESCO), y sin embargo sus derecho son transgredidos constantemente por un "bien mayor".

Esos "bienes mayores" pueden ser la investigación de cura de enfermedades (previamente generada en el animal sano), la alimentación (ganadería intensiva, matanza de animales), o el ocio (toros, tiro pichón, encierros). En definitiva y en resumen, los derechos de los animales son tales tanto en cuanto no entren en colisión con lo que un humano puede necesitar de ellos.

Si un humano tiene la necesidad de hacerse una foto con un chimpancé en la playa, entonces el derecho de ese mono deja de existir. Si un humano tiene la necesidad de pasar una tarde de mayo divertida, entonces el derecho del toro deja de existir. Si un humano quiere encontrar una cura al cáncer, entonces los derechos de una serie de animales dejan de existir.

Nuevamente, nos encontramos una situación en la que el fin (el bienestar del hombre) siempre, siempre, justifica los medios.

El hombre sometido a tortura siempre podrá, si sobrevive a ello, salir y denunciar los hechos. El animal, no importa cuantos años pasen, nunca podrá denunciar el trato al que se ha sometido. De hecho, aunque lo hiciera, siempre se le diría lo que dice Dick Cheney (ex Vice-Presidente de Estados Unidos) al defender la tortura: si usted supiera cuántos males se han evitado por la tortura, se pensaría dos veces sus palabras.

A ello, yo nuevamente le respondo: de la misma manera que con la tortura no ha acabado con el terrorismo, y además ha infringido el Estado de Derecho, después de tanto abuso y crueldad con los animales no ha conseguido erradicar las enfermedades que supuestamente intenta curar.

 La tortura, en cualquier ser vivo, para cualquier fin, es moralmente indefendible y además no obtiene los beneficios pretendidos.